lunes, 27 de abril de 2020

LO BUENO VIENE EN FRASCO CHICO... PERO EL VENENO TAMBIÉN





LO BUENO VIENE EN FRASCO CHICO… PERO EL VENENO TAMBIÉN

Si hay algo que a veces se vuelve recurrente en mis relatos, es el tema de mi altura. No es que haya quedado traumada, acomplejada o sea monotemática. Nada de eso. Resulta que he vivido infinidad de situaciones donde todo se supeditaba a cuanto medía

 Maestras que no me creían que era de sexto grado y pensaban que era de primero, catequistas que preguntaban ¿No es muy chica para tomar la comunión? Niños de la colonia que decían amorosamente: - ¡Andá con tu grupo vos sos chiquita acá! Y vecinas que me miraban cuando salía a comprar con cara de: - Pobre criatura, tan chiquita y va a comprar-

 Ilusa yo, creía que llegada a la etapa donde todas las maestras de ciencias naturales hablan de crecimiento y pubertad crecería de tal forma que ya nadie tuviera conjeturas acerca de mi persona y del día que nací. Como veía que la cosa seguía igual, que con doce años mi estatura era la misma que la de los diez, opté por aprenderme el DNI de memoria ante las difamaciones. -En cuanto duden, les chanto mi DNI y fecha de nacimiento- pensaba, como para cerrar bocas y terminar con las dudas ajenas.

 Así todo, me dí cuenta que el mundo estaba hecho para los desconfiados. Y para los metidos también. Nadie creía mi edad, pero a todo el mundo le interesaba saber cómo era que con catorce años era tan chiquitita. Los que no se veían tan preocupados con el cuestionamiento eran mis padres. Mi viejo bailaba en su salsa cuando le decían que las zapatillas talle niño eran más baratas o que para determinado espectáculo pagaban entrada a partir de los doce. Tranquilamente gozaba de esos beneficios gracias a que nos había fabricado a mí y a mis hermanos con unos cuantos centímetros menos.

 Pero un día sucedió algo que me sacó un poco del melodrama y del complejo físico. Una vez que fui a ver a una amiguita mía a un hospital porque había tenido un accidente. Fue en el horario de visita que ingresé con la mamá de Romina para poder verla. El policía me miró serio pero a la vez con cara de: -¡¿Y esta niñita qué pretende?! Yo me olvidé que las visitas eran a partir de los doce años de edad, porque yo ya tenía trece y en verdad eso no me preocupaba. Pero él custodio de mirada autoritaria y postura rígida ya estaba gozando y saboreando sus palabras mágicas, las únicas que disfrutaba decir cada día de su vida: - No, usted no puede pasar-

 Lo miré sin entender, la mamá de Romina se acordó y me pasó mi documento que ella guardaba en su cartera: Se lo dí feliz y desafiante. El tipo lo miró de arriba abajo, miró la foto bien y hasta me preguntó el número. Se lo dije como una piba estudiosa que se recita la poesía de la paloma blanca en el verde limón y a regañadientes, mordiendo el polvo, tuvo que dejarme pasar.

 Desde ese día caí en la cuenta lo disfrutable que era correr del eje a los desconfiados. Me dí cuenta que para el ojo humano es mucho más fácil suponer y afirmar que conocer y aceptar. Me dí cuenta que caminamos rodeados de supuestos sin abrirnos a la maravilla que el otro puede ofrecernos. En ocasiones nos hemos perdido de conocer personas fantásticas tan solo porque en la escuela nos dijeron: - Mi mamá me dijo que no me junte con vos- o en el trabajo: - Viste el nuevo que entró la cara de raro que tiene, con ese hay que tener cuidado-

Después de ese día me dí cuenta del poder invisible que tenemos los petisos. Caminar entre el tumulto atravesándolo sin chocar a nadie, entrar a las casas de los amigos que se olvidaron una llave, ganar casi siempre a la escondida, dormir como una campeona en los asientos de los micros, seguir comprándome zapatillas talle niño para gozar del descuento, zafar de los Testigos de Jehová que cuando venían a mi casa preguntaban: -¿ Está tu mamá?- a mis 30 años,  llenarme en seguida con cualquier comida, salir en las fotos porque te ponen adelante o si no quiero salir simplemente colocarme disimuladamente atrás de todo (la segunda opción suele ser la que más elijo)

 Por supuesto seguirá teniendo sus contras: Como cuando antes de casarme tuve que recorrer las zapaterías del mundo entero para conseguir un zapato blanco número treinta y tres que no sea de comunión, sino de novia o como cuando quedé embarazada y por la calle todos miraban a mi marido con cara de pedófilo.


  Pero lo mejor de todo es lo que me enseñó mi vieja, cuando me lo dijo en primer grado no lo entendí bien pero ahora sé que lo bueno viene en frasco chico: puede ser esa niña que crees que soy, siempre y cuando la entrada de las piletas salga más barata, pero el veneno también: y ahí es cuando te planto el dni y te digo: ¿Así que mi estatura es la misma con la que puedo medir tu cerebro prejuicioso?